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La Carga de Balaklava

Los patriotas.

Los patriotas.

La actual sociedad española es un conjunto de mediocres  reynos de Taifas unidoso vertebrados alrededor de  El Corte Inglés y la Guardia Civil, las dos únicas estructuras que quedan organizadas.

La antaño Imperial España es hoy dia un pais de mierdecillas que ha pasado del ser  uno de los 12 más importantes del mundo para caer a un vergonzoso puesto 42 entre los cerca de 190 paises que forman el Planisferio Terrestre.

Una buena parte de culpa de esta caida libre en picado de nuestra  nación la tienen los  infames y ruines políticos social-comunistas que nos des-gobiernan, haciéndonos cada dia paeores, cada día más  ateos, más golfos, mas  pellejos, con menos capacidad de luchar por nuestros ideales y  la melancolía, el hartazgo y el asco se enseñorean de  la clase media que, en definitiva, es la que sostiene éste putiferio del quince que han montado as tres "P" de nuestras desgracias: putas, políticos y periodistas.

 

A diferencia de nosotros, hace  2500 años, había un pueblo establecido en el sur del la península del Peloponeso que, a pesar de sus incongruencias y de sus luchas, también forjó las más bellas hazañas de la Antiguedad: Los espartanos.

 

 

Un dato revelador de la educación espartana, que nos informa de su espíritu guerrero, es que, a diferencia del resto de ciudades griegas, donde cada uno se costeaba su equipo militar, en Esparta era el Estado el que se lo procuraba a los ciudadanos. Desde luego, esto no conducía necesariamente, como veremos, a que el ejército espartano fuera esa formación de infantes uniformados como si se tratara de un moderno ejército; los ajustes individuales en el equipo eran habituales e, incluso, necesarios, ya que la forma de la coraza, por ejemplo, debía ser lo más ajustada al cuerpo de combatiente. Por lo tanto, aunque Esparta proporcionaba las armas, hemos de considerar también que los más pudientes aportasen parte del equipo.

Los espartiatas, como ya se ha indicado, formaban el núcleo principal del ejército de Esparta: los hoplitas. Esta palabra viene de ta hopla, que significa “hombre armado”; de la misma manera, la denominación que ellos empleaban para designar el escudo era la de aspis, aunque actualmente se le conozca como hoplon –que es propiamente una derivación de “hombre armado”-.

Otro dato que hemos de tener presente siempre que hablamos de la infantería pesada espartana es que el armamento de un hoplita está pensado para un determinado tipo de lucha: en falange. Más adelante se comentará brevemente en qué consistía el combate en falange; antes veamos las armas que portaba un infante espartano.

Herodoto nos informa de que el éxito de los griegos se debe a sus armas y armadura: “Los persas no eran inferiores en valor ni en fuerza, pero a la vez de un armamento sólido, carecían de instrucción militar” (Herodoto, IX, 62).


Las armas defensivas

El escudo o aspis: es, junto con la lanza, el arma más importante de la panoplia. Se elaboraba con láminas de madera curvadas y encoladas. La parte interior era de cuero. El exterior se cubría habitualmente con una lámina delgada de bronce -medio centímetro de espesor- . Su peso rondaba los 7 kilos, o incluso algo más. Tenía forma de cuenco -debido a la curvatura de la madera-, y su borde exterior era casi plano, generalmente también reforzado con bronce. El diámetro oscilaba entre 90 y 110 cm.

El agarre del escudo era una nota muy distintiva del hoplita, ya que no seguía la pauta habitual de la empuñadura central, que tenía que ser sujetada por la mano del combatiente, sino que llevaba un agarre o embrazadera de bronce, en su parte central, lo suficientemente amplia como para pasar el antebrazo izquierdo -los zurdos también, por el sistema de combate de la falange, que luego veremos-, y la mano se cerraba bien sobre una cuerda, bien en torno a una pieza de cuero en el borde del escudo.

 

Este sistema de agarre permitía que la mano y la muñeca no sufrieran tanto. Incluso se podía soltar la mano sin que el escudo se cayese, ya que aún quedaba el antebrazo en la embrazadera central. Sin embargo, resultaba un mal escudo para los combates individuales, ya que apenas permitía movilidad alguna, al ir sujeto al antebrazo, lo que obligaba a tener el brazo permanentemente doblado. Asimismo, como puede deducirse, era muy difícil de soltar con rapidez, lo que suponía un riesgo, en algunas ocasiones, para el hoplita. La célebre frase de volver con él escudo o sobre él también nos ofrece una pista sobre esta dificultad: muchos hoplitas no se podrían desprender a tiempo del escudo para iniciar la carrera de huida, y morirían con él prendido del antebrazo.
aspis

Por otro lado, el peso, como he comentado ya, obligaba a utilizar todo el brazo para sostenerlo a lo largo del combate. Por la posición del brazo, flexionado en ángulo recto, necesariamente tenía que sufrir un entumecimiento.

Otro inconveniente era el de su tamaño, notablemente grande. Mantenerlo en la posición correcta, sin que basculase, suponía un buen ejercicio de concentración y fuerza. Por esto se utilizaba el hombro, en el que se podía apoyar el escudo cuando el brazo se cansaba. Esta operación se veía facilitada por la forma cóncava del interior.

La rigidez en el embrazamiento del aspis provocaba que el flanco derecho de las falanges quedase más desguarnecido: el escudo se sostenía con el brazo izquierdo, y dada su forma redondeada y el combate en líneas cerradas, generaba una cierta desprotección del flanco derecho.

Sobre el esfuerzo de portar el escudo nos ilustra este fragmento de la Anábasis:

“Entonces Sotéridas de Sición replicó lo siguiente: “No estamos en igualdad de condiciones, Jenofonte. Tú vas a caballo y yo estoy completamente destrozado a fuerza de llevar el escudo” Cuando Jenofonte oyó estas palabras, se bajó del caballo, lo arrastró fuera de la fila y, arrancándole el escudo, prosiguió la marcha con él en las manos lo más deprisa que pudo...” ( Jenofonte, Anábasis. III, 4, 47-49).

También Tucídides nos relata un hecho que nos da idea de lo molesto que podía resultar el escudo fuera de la propia formación de combate, al narrarnos como los platenses, en el año 429 a.C., durante las Guerras del Peloponeso, con la intención de romper el asedio de los espartanos, salieron armados exclusivamente con las armas de ataque, mientras los seguían de cerca otros hombres que portaban los escudos (Tucídides, III, 22)...

“Para facilitar su avance, otros les seguían, llevando sus escudos, los cuales debían pasárselos en el momento del combate cuerpo a cuerpo.”

El tamaño del escudo obligaba a reducir su espesor, unos 1,5 ó 2 cm. Esta delgadez tenía un riesgo: los escudos de la primera línea de choque probablemente se romperían al empuje de la fuerza del enemigo –no olvidemos que su alma era sobre todo de madera-. Si a esto sumamos que las lanzas también se solían astillar en este choque brutal, obtenemos una escena de gran destrucción y violencia en la primera línea de la falange, con hoplitas sin escudos o con ellos parcialmente destrozados, al igual que las lanzas.

Obsérvese que, por la forma circular del escudo y su diámetro, parece que el escudo se desaprovecha, ya que la mitad izquierda no está delante del cuerpo del hoplita, sino que sobresale de su cuerpo. Esto se debe a la táctica de combate de la falange: la mitad izquierda del escudo protege la parte derecha del compañero de formación. Recordemos nuevamente como la educación del espartano buscaba la integración perfecta de la comunidad de “los iguales”. La formación espartana de combate era un fiel reflejo de su espíritu colectivo, cada hombre no es nada de por sí, sólo el cuerpo conjunto de los homoioi lo es; cada combatiente es responsable de la seguridad no sólo del guerrero que lucha junto a él, sino de todos los infantes de la formación –sus iguales, no lo olvidemos-, puesto una debilidad de uno de ellos podía poner en peligro la formación entera.

En efecto, desprenderse del escudo durante el combate era poner en peligro no sólo la propia vida, sino la de todos los miembros de la falange, ya que todos los escudos formaban la barrera infranqueable de la formación. Que un hombre de la primera línea soltase el escudo podía suponer una brecha por donde el enemigo entraría en el cerrado cuadro de hoplitas. Plutarco nos cuenta que los hombres llevan los casos y las armaduras “para cubrirse ellos mismos, mientras que se toma el escudo para la protección común de toda la línea” ( Plutarco. Moralia. Dichos destacados de los espartanos. De Demarato.)

Esta pieza de la panoplia era también un arma ofensiva, ya que con el escudo se gestaba una buena parte de la táctica de la falange: empujar con todos los escudos a la vez, hasta formar una masa compacta frente al enemigo. Se ha descrito este tipo de combate como una melée de rugby en la que las dos formaciones empujan la contraria.

El general tebano Epaminondas, que había perdido su escudo cuando resultó herido en el curso de la batalla de Mantinea, una vez fue trasladado fuera del combate, preguntó si su sirviente había podido rescatar el escudo (Diodoro Sículo, XV, 87, 6). Cuenta también Jenofonte como en el desfiladero de Creusa, el viento arrancó, entre otros bagajes, los escudos de los soldados y los tiró al mar. Tuvieron que dejar los escudos bajo unas piedras, y volver a por ellos más tarde (Jenofonte, Helénicas, V, 4, 17-18).

Los escudos espartanos llevaban una lambda, de Lacedemonia, a diferencia de las demás ciudades griegas, en las que cada uno grababa un signo de su elección, aunque más tarde algunas otras póleis siguieron el ejemplo espartano.

Plutarco –Moralia- nos indica que las madres espartanas despedían a sus hijos, cuando marchaban a la guerra de esta forma: “Hijo, vuelve con él o sobre él”, y es que los cadáveres se traían sobre los escudos, a hombros de los combatientes que regresaban; asimismo, volver sin el escudo suponía haberlo abandonado para huir más deprisa, y ya sabemos que eso podía suponer la más terrible de las condenas, la pérdida del honor.

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