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La Carga de Balaklava

Esos tiempos de Flandes...

La  vida política en España es tan ruin, tan lerda y de tan baja calidad que prefiro evadirme con retratos del ayer.

Va por Vds.

 

Era yo un zagal de diecinueve primaveras y estaba apalancado en  la Plaza del Pueblo de Quintanilla de Abajo (despues Onésimo, en honor al caido en Labajos) cuando ví llegar a  tres capitanes  que venían  de leva o recogida de mozos para el Tercio . Miré, entre asustado y envidioso,  los brillantes uniformes, las inmaculadas espadas toledanas y los bizarros correajes de los recién llegados.
Yo  era  carne de presidio: del duro trabajo  recolectando la oliva poco o nada podía esperar. O eso o  media vida en presidio entrando y saliendo, como un rumano manco dedicado a robar carteras y no lo dudé ni un segundo. A pesar de los gritos desgarradores de mi madre, me enrolé de buena gana en  el Tercio Viejo y , sin más pamplinas, me lanzé a  ver el mundo  prometedor que se aparecía ante mis legañosos ojos de  principiantes en el tema  militar.
Después de un ardúo proceso que, por doloroso y duro, prefiero omitir he de decir que , tras realizar el "Camino Español", atravesamos  desde el Milanesado una Francia hostil, ruin y  tenebrosa que aprovechaba  hasta los más  mínimos  momentos de distracción para acabar con la vida de algunos de nosotros. Fué un  buen entrenamiento  posteriormente  bien que  me sirvió  para afrontar dignamente los  siguientes meses de nuestra vida, los  más brillantes del Quinientos Español.

Nuestro Tercio era el Viejo de Cartagena  también  conocido por  un famoso forista, o Tercio de Don Ambrosio de Spínola.Aunque fueron oficialmente creados por Carlos I de España tras la reforma del ejército de 1534 como guarnición de las posesiones españolas en Italia y para operaciones expedicionarias en el Mediterráneo, sus orígenes se remontan probablemente a las tropas del Gran Capitán  Don  Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia, organizadas en coronelías. En realidad, se comenzaron a gestar en la península. Durante el reinado de los Reyes Católicos y a consecuencia de la guerra de Granada, se adoptó el modelo de piqueros suizos, poco después se repartían las tropas en tres clases: piqueros, escudados (espadachines) y ballesteros mezclados con las primeras armas de fuego portátiles (espingarderos y escopeteros). No tardaron mucho en desaparecer los escudados y pasar los hombres con armas de fuego de ser un complemeto de las ballestas a sustituirlas por completo. Las victorias españolas en Italia frente a los poderosos ejércitos franceses tuvieron lugar cuando todavía no se había completado el proceso. Los tres primeros tercios, creados a partir de las tropas estacionadas en Italia, fueron el Tercio Viejo de Sicilia, el Tercio Viejo de Nápoles y el Tercio Viejo de Lombardia. Poco después se crearon el Tercio Viejo de Cerdeña y el Tercio de Galeras (que fue la primera unidad de infantería de marina de la Historia). Todos los tercios posteriores se conocerían como Tercios nuevos. A diferencia del sistema de levas o mercenarios, reclutados para una guerra en concreto, típica de la Edad Media, los tercios se formaron de soldados profesionales y voluntarios que estaban en filas de forma permanente.

El objetivo del Tercio era poder contar con cuerpos móviles y poderosos para afrontar las múltiples campañas militares a las que se enfrentaban los gobernantes españoles de la época.

Estaban inspirados en la Legión romana, por lo que algunos historiadores creen que pudieron ser bautizados así debido a la tercia, la legión romana que operaba en Hispania. Eran unidades regulares siempre en pie de guerra, aunque no existiera amenaza inminente. Otros se crearían más tarde en campañas concretas, y se identificaban por el nombre de su maestre de campo o por el escenario de su actuación. El origen del término "tercio" resulta dudoso. Algunos piensan que fue porque, en su origen, cada tercio representaba una tercera parte de los efectivos totales destinados en Italia. Otros sostienen a que se debían incluir a tres tipos de combatientes (piqueros, arcabuceros y mosqueteros). Y también hay quienes consideran que el nombre proviene de los tres mil hombres, divididos en doce compañías, que constituían su primitiva dotación. Esta última explicación parece la más acertada, ya que es la que recoge el maestre de campo Sancho Londoño en un informe dirigido al duque de Alba a principios del siglo XVI:

Los tercios, aunque fueron instituidos a imitación de las legiones (romanas), en pocas cosas se pueden comparar a ellas, que el número es la mitad, y aunque antiguamente eran tres mil soldados, por lo cual se llamaban tercios y no legiones, ya se dice así aunque no tengan más de mil hombres".
Entonces el nombre de Tercio puede venir del hecho de que los primeros tercios italianos estuvieran compuestos por 3.000 hombres. Lo más probable es que se refiriese simplemente a una parte de las tropas, como en los abordajes, donde se dividian los hombres en tres "tercios" o "trozos". 
 La estructura original, propia de los Tercios de Italia, dividía cada tercio en:
10 capitanías o compañías, 8 de piqueros y 2 de arcabuceros, de 300 hombres cada una.
Cada compañía, aparte del capitán, tenía otros oficiales: un alférez, un sargento y 10 cabos (cada uno de los cuales mandaba a 30 hombres de la compañía); aparte de los oficiales, en cada compañía había un cierto número de auxiliares (oficial de intendencia o furriel, capellan, músicos, paje del capitán, etc).


Posteriormente, los Tercios de Flandes adoptaron una estructura de 12 compañías, 10 de piqueros y 2 de arcabuceros, cada una de ellas formada por 250 hombres. Cada grupo de 4 compañías se llamaba coronelía. El estado mayor de un tercio de Flandes tenía como oficiales principales a los coroneles (uno por cada coronelía), un Maestre de Campo (jefe supremo del tercio nombrado directamente por la autoridad real) y un Sargento Mayor, o segundo al mando del Maestre de Campo.

Los tercios solían presentarse en el campo de batalla agrupando a los piqueros en el centro de la formación, escoltados por los arcabuceros y dejando libres a algunos de estos últimos en lo que se denominaban mangas, para hostigar y molestar al enemigo. Eran, junto con las famosas "encamisadas" una  táctica temida por nuestros enemigos, pues causaba gran mortandad. En una ocasión, una de ésas aventuras nocturnas produjo más de 400 muertos en las fila enemigas y  evitó que ni tan siquiera se disputase la batalla al día siguiente.

El personal de cada unidad era siempre voluntario y entrenado especialmente en el propio tercio, lo que convierte a estas unidades en el germen del ejército profesional moderno. Los ejércitos españoles de aquel tiempo estaban formados por soldados reclutados en todos los dominios de los Habsburgo hispánicos y alemanes, amén de otros territorios donde abundaban los soldados de fortuna y los mercenarios: alemanes, italianos, valones, suizos, borgoñones, flamencos, ingleses, irlandeses, españoles... En el conjunto del ejército la proporción de efectivos españoles propiamente dichos solía ser inferior al 50%, e incluso menos aún: hasta un 10-15% a lo largo de casi toda la guerra de Flandes. Sin embargo, eran considerados el núcleo combatiente por excelencia, selecto, encargado de las tareas más duras y arriesgadas (y consecuentemente, con las mejores pagas). Inicialmente sólo los españoles originarios de la Península Ibérica estaban agrupados en Tercios y durante todo el período de funcionamiento de estas unidades se mantuvo vigente la prohibición de que en dichos tercios formaran soldados de otras nacionalidades; en los años 80 del XVI se formaron los primeros tercios de italianos cuya calidad rivalizaba con la de los españoles, y a principios del siglo XVII se crearon los tercios de valones, considerados de peor calidad. Los lansquenetes alemanes en servicio del rey hispano, no llegaron nunca a ser encuadrados en tercios y combatían formando compañías.

El ejército del duque de Alba en Flandes, en su totalidad, lo componían 5000 españoles, 6000 alemanes y 4000 italianos. Cuando el tercio necesitaba alistar soldados, el rey concedía un permiso especial firmado de propia mano ("conducta") a los capitanes designados, que tenían señalado un distrito de reclutamiento y debían tener el número de hombres suficiente para componer una compañía. El capitán, entonces, desplegaba bandera en el lugar convenido y alistaba a los voluntarios, que acudían en tropel gracias a la gran fama de los tercios, donde pensaban labrarse carrera y fortuna. Estos voluntarios iban desde humildes labriegos y campesinos hasta hidalgos arruinados o segundones de familias nobles con ambición de fama militar, pero normalmente no se admitían ni menores de 20 años ni ancianos, y estaba prohibido reclutar tanto a frailes o clérigos como a enfermos contagiosos. Los reclutas pasaban una revista de inspección en la que el veedor comprobaba sus cualidades y admitía o expulsaba a los que servían o no para el combate. A diferencia de otros ejércitos, el de los tercios el soldado no estaba obligado a jurar fidelidad y lealtad al rey.

El alistamiento era por tiempo indefinido, hasta que el rey concedía la licencia y establecía una especie de contrato tácito entre la Corona y el soldado, aunque aparte del rey también los capitanes generales podían licenciar a la tropa. Se daba por hecho que el juramento era tácito y efectivo desde este reclutamiento. Los agraciados con su entrada en el tercio cobraban ya al empezar un sueldo por adelantado para equiparse, y los que ya disponían de equipo propio recibían un "socorro" a cuenta de su primer mes de sueldo.

No hay duda de que estas condiciones se pasaban a veces por alto a causa de la picaresca personal o de las necesidades temporales del ejército, pero en general siempre se exigió que el soldado estuviese sano y fuerte, y que contara con una buena dentadura para poder alimentarse del duro bizcocho que se repartía entre la tropa. En España las mayores zonas de reclutamiento fueron Castilla, Andalucía, el Levante, Navarra y Aragón. Honor y servicio eran conceptos muy valorados en la sociedad española de la época, basada en el carácter hidalgo y cortés, sencillo pero valiente y arrojado de todo buen soldado. Aunque hay que añadir que no hubo escasez de voluntarios alistados mientras las arcas reales rebosaron de dinero, es decir, hasta las primeras décadas del siglo XVII. No existían centros de instrucción, porque el adiestramiento era responsabilidad de los sargentos y cabos de escuadra, aunque la verdad es que los soldados novatos y los escuderos se formaban sobre la marcha. Se procuraba repartir a los novatos entre todas las compañías para que aprendieran mejor de las técnicas de los veteranos y no pusieran en peligro la vida del conjunto. Era también común que en las compañías de formaran grupos de camaradas, es decir de cinco o seis soldados unidos por lazos especiales de amistad que compartían los pormenores de la campaña. Este tipo de fraternidad unía las fuerzas y la moral en combate hasta el extremo de ser muy favorecida por el mando, que prohibió incluso que los soldados vivieran solos. El ascenso se debía a aptitud y méritos, pero primaban también mucho la antigüedad y el rango social. Para ascender se solía tardar como mínimo 5 años de soldado a cabo, 1 de cabo a sargento, 2 de sargento a alférez y 3 de alférez a capitán. El capitán de una compañía de tercio era el mando supremo que debía rendir cuentas ante el sargento mayor, que a su vez era el brazo derecho del maestre de campo (designado directamente por el rey y con total competencia militar, administrativa y legislativa).

Reynaba en nuestra Nación aqué anyo de gracia de 1566  el prudente rei Don Felipe II, hijo del Emperador Carlos.
Las ociosas provincias de Flandes, muy influenciadas  por la semilla  calvinista, estaban en pié de guerra y pedían, demandaban, exigían Libertad de Culto. En otras palabras, esos hijos de  barragana   no sólo no seguir siendo cristianos, sino también el levantamiento y la insumisión de la Corona de España.
Antes, en vida del Emperador Don Carlos I de España y V de la Alemagna, estos  hideputa  no osaban levantar la voz, pues  Don Carlos había nacido en Gante y hablaba el holandés a la pèrfección y ellos se consideraban súbditos de tan magno César. Pero , después de la muerte del César  en  el Monasterio de Yuste, pocos dias después de reconocer a Don juan de Austria como hijo bastardo con  la  señora de Blomberg, ya se le había perdido el respeto a España en esas lejanas tierra Bajas de Zelanda. Ellos, los seguidores de la Casa de Orange, no  reconocían  como su legítimo Monarca a un rey adusto, castellano seco y poco amigo de gestos excelsos y que tenía  su Corte en  Pucela, a mas de trescientas leguas de Flandes y que por esas fechas andaba encamado con Doña Isabel de Valois, que  pequeña, coqueta y francesa, le daba buena vida mientras nosotros nos comíamos el polvo del camino y  sembrábamos de cadáveres el  sendero de Gloria hasta las lejanas  provincias de  Maastrique, Moons y Breda.
 
Como segundo  teniente ( alférez) ,  mi pica  le costaba al Erario Público  cientos  de maravedies, o  algunos ducados, como  Vuestras Mercedes prefieran. Más de 100.000 ducados costaba financiar a nuestros tres mil hombres del tercio Viejo. Y no estaba España   para muchos trotes después de la Quiebra de la Corona de 1557, una quiebra de tales proporciones  como la producida en 2011,en el reynado de otro canalla de nombre Schuemaeker ( hacedor de zapatos o zapatero) , pero hoy no toca hablar de esa sabandija, pues las tripas se me revuelven y una intensa diarrea  me ataca.

Después de mucho pensárselo, Felipe II  mandó a los Tercios Viejos a Flandes   mandados por el viejo veterando, Don Fernando Alvarez de Toledo , el III Dvque de Alba, que ya cumplía la nada despreciable edad de 60 años en esos momentos.
Tuve  muchas oportunidade de ver de cerca  al afamado gentilhombre de Piedrahita, pues era un hombre muy valiente que , frecuentemente, se adelantaba con  cinco o seis de nosotros para ver o explorar el terreno por donde  íbamos a batallar. Sus barbas entrecanas, sus ojos de furia y fuego, sus labios  duros y prietos y esa carácterística militar suya  de  adelantarse siempre a las intenciones del enemigo hizo ahorrar muchas vidas de nuestro Tercio y todos,  le estábamos entre  aterrorizados por su presencia y agradecidos por su paternal proteción hacía nosotros. pero, guárdense  Vuesas Mercedes de  malinterpretar los hechos. Los ojos llameantes del Dvque dejaban muy claro que su preocupación hacía las vidas  de sus soldados no eran motivadas por motivos sentimentaloides o paternalistas, sino por el mucho mas prosaico  motivo de que costaba mucho  entrenarnos, levarnos y traernos muchas leguas desde España a través de terreno enemigo y no estaban los tiempos pàra desperdiciar leva. Ya en Muelhberg, en 1547 ,  esa intensa preocupación por los detalles del  Gran Duque de Alba hizo que apenas perdíesemos unas decenas de hombres antes de despanzurrar a los príncipes  teutones en mil pedazos y capturar sus  banderas y  armaduras.
Nuestro buen rei don  Felipe II había consultado la  penosa situación con su Consejo y , depsues de mucho dudar, decidió enviar al Dvque con  el propósito claro de   castigar a los rebeldes  y reinstaurar  el orden constitucional y prostitucional en  Hollanda. Esos salvajes  vestidos de naranja recibirían su merecido, antes y ahora. Remember  Iniesta. Remember Breda, bastardos.
Pero no nos desvíemos de nuestra crónica, pardiez caballeros, que las cotas de malla se iban a teñir de sangre calvinista en pocos meses...
CONTINUARA.

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